martes, 17 de diciembre de 2013

C.

-Son las tres de la puta mañana, qué coño quieres.
-Estás despierta, guay, hablemos.
-Te odio.
-Para nada. Me amas. He estado pensando.
-Miedo me das.
-Sabes que me gusta analizar cosas. Personas. Bueno. Pues te he estado analizando a ti.
-... Y qué tal.
-Ay, Erikina, esa actitud te va a traer varios disgustos...
-Cuéntame más, por favor. No hay nada que me guste más que me despierten a las tres de la madrugada para psicoanalizarme.
-He llegado a la conclusión de que eres una contradicción andante.
-Joder...
-Cállate y escucha. No sabes lo que quieres, y, a la vez, sí lo sabes. No quieres quedarte donde estás (y no hablo sólo de un plano físico), pero tampoco quieres irte. Puedes ser la persona más comprometida del mundo; al mismo tiempo, eres incapaz de comprometerte seriamente con nada. Ni nadie. Crees que te conoces y cada día te sorprendes a ti misma actuando de la manera más impredecible posible. Pasas de todo, te rallas por todo. A veces se te ve venir de lejos, otras, apareces de forma inesperada. Eres transparente, fácil de leer, pero en ocasiones no hay ser humano que pueda hacerse una ínfima idea de lo que se te pasa por la cabeza. No quieres estar sola, pero en cierto modo, de esa manera es como mejor te manejas. ¿Ves? Pura contradicción.
-Dime por favor que no has tomado notas...
-Mi mente es genial y no me hacen falta. Aparte lo acabo de pensar, por lo que hablamos a la noche y tal.
-Pues ya te aburres, guapa.
-¿Y qué opinas?
-Que tengo sueño y me da igual.
-En cuanto cuelgue le darás vueltas.
-Gracias por joderme la noche.
-Wait, there's more. He pensado también que tú antes no eras así, que te conozco. Como encuentre al que te convirtió en un objeto de psicoanálisis maravilloso (que sé quién es, chula), le doy las gracias. Bueno, la cosa es que tienes la capacidad de cambiar. Podríamos tirar uno a uno de los hilos que enmarañan tu cabeza y desenredarlo. Pero pienso también que eso sería un error. Parte de tu encanto es esa forma de ser tuya tan voluble. Es jodidamente genial. Ahora estás, ahora no estás. Cómo lo haces, va.
-Ay la madre que te parió. Yo no hago nada.
-Pues sigue sin hacer nada, por favor. Siempre es divertido analizarte.
-Que te jodan.
-Yo también te quiero. Buenas noches.

martes, 3 de diciembre de 2013

.

Terraza, cigarro, siete de la mañana. Medio año después vuelvo al mismo punto donde empecé. Es todo tan distinto, que el poder del tiempo empieza a darme miedo. Todo cambia demasiado deprisa. Y ni siquiera cambia a mejor. Mala suerte, supongo.
Antes de que él salga de casa y se siente a mi lado, ya noto que sabe que estoy aquí fuera y que necesito sus consejos. Efectivamente, antes de encender el siguiente cigarro ya le veo salir y sentarse.
-Ya no estamos en primavera, eh.
-Si tienes frío, entra.
-Chaqueta. (Me la pone por encima de los hombros). Esta vez no pienso preguntar. Empieza tú.
-No sé qué quieres que te cuente que no sepas ya.
-Las cosas no salieron como esperabas, ¿eh? No te sorprendas tampoco, porque es normal. Siempre has tenido muchos pájaros en la cabeza.
-¿Crées que hice mal? ¿Que me arriesgué para nada? ¿Ya sabías que me iba a pegar la hostia, o qué?
-No, no sabía lo que iba a pasar. Igual que tú. Nadie lo sabe. No sabemos nada.
-Efectivamente.
-Al menos, algo habrás sacado de todo esto.
-Sí, a no confiar en nadie.
-¿Sólo? Me decepcionas...
-Sí, parece poco para todo lo que ha sido.
-Melodrámatica.
-Creía que ya sabías lo que era.
-Y lo sé. Por eso lo digo.
-¿Y ahora qué?
-¿Ahora? Pues adelante, ¿qué vas a hacer sino?
-Pues ahora me decepcionas tú. Esperaba un consejo más sustancioso.
-¿Qué te digo siempre, hija?
-Que estudie, que no fume, que no beba...
-Eso no. También, pero no.
-Ah. Que no sabemos nada.
-Exacto.
-¿Y todo se reduce a eso, o qué? Yo no sé nada. Tú tampoco. Ni nadie. Se supone que tengo que ir a tientas por la vida esperando... ¿qué? No sé. No me parece muy alentador, la verdad.
-Pues lo es.
-No veo cómo.
-Cuando vas "a tientas" por la vida, como tú dices, al final acabas topándote con algo. No tiene porqué ser bueno, ni tampoco malo. Tú te encontraste con algo malo, pero eso no quiere decir que tengas que quedarte quieta ahora por haberte llevado una decepción. No siempre va a ser así. No tienes de qué tener miedo, al fin y al cabo, ya sabes lo que es estar mal, y yo te veo aquí sentada, como antes. Este tipo de decepciones no acaban con nosotros. Seguimos. Nos volvemos a ilusionar.
-Y después de la ilusión viene otra hostia.
-O no. Que no se te olvide que no sabes nada.
-Pero se intuye.
-Esa intuición tuya no es más que miedo. El miedo a que se repita la historia es lo que hace que estés en alerta constante y levantes el escudo. Pero no dejas que nadie se te acerque, y así, no vas a ser feliz. ¿No recuerdas cómo era todo al principio? Todo te parecía bonito, sonreías y te lo pasabas bien con cualquier cosa, y todo lo malo parecía menos importante. Pues gracias al miedo, te arriesgas a no volver a sentirte así, aunque la ventaja sea que tampoco te volverán a herir. Pero párate y compara. ¿Merece la pena renunciar a la felicidad sólo por estar jodido unos meses? Piénsatelo. Yo voy a entrar, que hace frío. No tardes.
Al final, siempre tiene razón.

domingo, 5 de mayo de 2013

30

Domingo, siete de la mañana. Fuera hace frío, pero poco me importa que se me ponga la piel de gallina. No debería fumar a estas horas, sin haber comido ni dormido. Pero me da igual. Desde hace un tiempo casi todo me da igual. Intento preocuparme por la cosa más banal que se me ocurra, pero fracaso. Es como caminar sin rumbo, sin una meta fija. Es una sensación odiosa. Podría quedarme aquí, en mi terraza, con el pijama, el frío y el humo del tabaco, sin moverme, para siempre, que tampoco me importaría. Tal vez así pille una neumonía y sienta algo de una jodida vez.
-¿¡Qué haces aquí fuera!?
Genial. Tengo compañía.
-No puedo dormir, vuelve a la cama.
-¿Estás tonta, hija? Hace un frío de muerte. Vas a ponerte enferma. Entra.
No pienso moverme y él lo sabe. Se sienta a mi lado.
-Podrías al menos dejar de fumar.
-Deja tú de comer.
-Qué dramática estás hecha. Suspira. Bueno, ¿me vas a contar ya de una vez qué te pasa?
Buena pregunta. Si al menos yo lo supiera...
-No me pasa nada.
-¿Sabes? Mentir siempre se te ha dado muy bien, pero no me creo que salgas a las siete de la mañana, aún con el maquillaje en la cara, a fumar a la terraza con el frío que hace si no te encontraras mal. Así que haznos un favor a los dos y suéltalo ya.
-Es que... no sé cómo explicarlo. Ni siquiera sé qué es lo que me pasa exactamente.
-¿No? Vaya. Sabía que me ibas a contestar algo por el estilo, aunque confiaba en que al menos intentaras ponerme alguna excusa. Pero he venido por algo. Yo sí sé lo que te pasa. Lo sé de sobra desde hace tiempo. Si no dije nada es porque creía que con el tiempo te darías cuenta de todo tú solita y pondrías ese lío que tienes por cabeza en orden. Pero no. En eso me has decepcionado. Siempre has sido autosuficiente. Pero te has topado con algo que no puedes manejar ¿eh?
Este hombre, siempre sorprendiendo. Fijo la vista en el cigarrillo que ya no me apetece fumar y me dispongo a escucharle.
-Supongo.
-De "supongo" nada. Estás perdidísima. Cuando viniste el año pasado lo supe. Creo que en cuanto te subiste al coche con la última maleta y te volviste un momento, estabas pensando en todo lo que dejabas atrás. Bueno, en todo lo que dejabas atrás no, en lo que dejabas atrás. En él, vamos. A los demás a lo mejor les puedes confundir, pero para mí es como si al intentar esconder lo que no quieres que sepa, me lo estuvieras gritando a la cara.
Impresionante. Siempre pensé que tenía secretos para él.
-Pues eso. Cuando viniste, te puse como un plazo o algo así, un tiempo para que pudieras olvidar y empezar de cero. No sólo el curso si no todo en general. Y al principio parecía que ibas bien. Intentabas esconder lo que sentías con tanta tenacidad que debo admitir que casi conseguiste engañarme. Pero ya te he dicho antes que a mi no me la cuelas. Sin que te dieras cuenta tenía el ojo puesto en ti constantemente. En casa hacías las cosas más o menos bien, pero sé que en cuanto salías por la puerta te despistabas completamente. Yo te quiero hija, pero nunca has sido alguien con los pies en la tierra. Siempre has estado en tu mundo. Sólo que esta vez tu mundo es... una mierda. Y sé que es porque le echas de menos. Porque estás frustrada porque no puedes verle. Pero no puedes seguir así. Quiero a la niña insoportable que siempre se olvida de recoger la cocina, que se encierra a cantar es su cuarto creyendo que no la oigo, y que llega a casa a las cinco de la mañana los sábados y se pone a hacer ruido hasta que me despierta. Y la quiero feliz. Sé de sobra que puedes ir y buscarle si quieres. ¿Por qué no lo haces?
Inspiro profundamente. No llores Erika.
-Me da miedo.
-¿Miedo? ¿Te da miedo? Un chico de... ¿cuántos eran? ¿23? Anda que la edad... ya te vale, por cierto... No te puede dar miedo. No deberías tener miedo. No eres de las que se asustan por tonterías, aparte de los payasos y los hospitales... Él no puede hacerte nada. Es más, si quieres voy yo contigo.
-¡Pero qué dices!
-Pues entonces hazlo tú. Pero hazlo bien y hazlo pronto. Sé que piensas que su actitud habrá cambiado, que ha pasado ya un tiempo, que también te da vergüenza... Pero, sea lo que sea, tienes que quitarte esa losa de encima. Yo sé que cuesta, pero créeme, aunque vayas y el resultado sea nefasto, cuando hayas sentido que has dicho lo que tenías que decir, todo será mas fácil. Ahora estás estancada. Tienes que soltar lo que sientes para poder seguir, con o sin él. Así podrás volver a ser la que eras.
Ahora sí que estoy estupefacta. Nunca había visto a mi padre darme consejos de esta manera.
-Hace frío. Voy a entrar. Tú... ya sabes lo que tienes que hacer. Y pase lo que pase, estaré en casa para ti.
Sigo con la piel congelada, aún así, siento algo de calor. Tiene razón. Siempre la tiene. Es hora de cambiar, de empezar de cero, o lo que sea. El cigarrillo ya está completamente consumido, así que lo tiro y entro con un objetivo en la cabeza.

lunes, 1 de abril de 2013

Remember.

La capacidad que tenemos los seres humanos para recordar es, cuanto menos, curiosa. Puedo recordar sin problemas algo que ha pasado hace un año, y, sin embargo, no estoy segura de lo que llevé puesto el Lunes pasado. Me pregunto qué parte del cerebro se encarga de organizar los recuerdos, separando los prescindibles de los inolvidables, y cómo sabe qué es lo que hay que guardar en la caja fuerte y qué hay que tirar. Ojalá se pudiera manipular, porque a veces, los recuerdos pueden llegar a ser crueles. Nuestra cabeza evoca imágenes, olores, sensaciones y sonidos tan nítidos, que, al abrir los ojos y regresar a la realidad presente, duele. Duele tanto que deseas cerrar los ojos y vivir en ese mundo formado por recuerdos para siempre. Pero es imposible, y así, sólo tienes dos opciones: olvidar o convivir con los recuerdos. 
Olvidar es un proceso sumamente lento y también doloroso, pero cuentas con la garantía de que, cuando elimines esos recuerdos que contaminan tu cabeza, ya no sufrirás más. Pero, ¿merece la pena olvidar personas y momentos maravillosos, sólo porque ya no estén aquí y no vuelvas a vivirlos? ¿Merece la pena también borrar momentos que quizá fueron algo duros, pero de los cuales aprendiste y te hiciste más fuerte?
La perspectiva de dejar de sufrir es muy atractiva, pero, a mi parecer, creo que es mejor evocar todo lo bueno de cualquier situación pasada y traerlo al presente para aprender de ello. 

sábado, 5 de enero de 2013

S.

-¿Nunca has sentido que, de alguna manera, te estás perdiendo a ti misma? No sabría explicarlo muy bien, pero es como que, poco a poco, vas perdiendo cualquier idea de futuro que tenías. Todos los planes que has ido construyendo, todas las esperanzas y los sueños se van desvaneciendo. Paulatina e imperceptiblemente. Y, cuando te quieres dar cuenta, el lienzo que has ido pintando con lo que iba a ser tu vida, vuelve a estar en blanco. Y te dices a ti misma que puedes volver a pintarlo, pero no hay pinturas, ni acuarelas, ni una jodida cera. Y te quedas ahí, parada, pensando qué hacer, pero no se te ocurre nada. Y miras alrededor, y los lienzos de los demás están tan llenos de colorido que te llenas de envidia y rabia. Y te consumes, poco a poco, como los colores de tu cuadro. 
Pero de pronto aparece alguien que te ofrece sus pinturas. Aunque estén algo gastadas. Y tú las aceptas y empiezas desde el principio, y empiezas a sentir algo de la ilusión que te llenaba antes. Cada día pintas un poco, y cuentas con la aprobación y la ayuda de la persona que te presta sus colores. Y te permites sentirte vivo otra vez. Es lo más parecido a la felicidad.
-Crees que es felicidad, vale. ¿Y pensabas que duraría siempre?
-¿La felicidad? No. No dura para siempre. Es más, es jodidamente corta. Es como una estrella fugaz. La persona que estaba a tu lado mientras volvías a pintar tu cuadro se va. Como todo. Pero no se va sola. Se va con su lienzo, y con sus pinturas. Y vuelves a quedarte sola, sin material y estancada. Y lo único que puedes hacer es intentar mantener los colores que pintaste mientras él te ayudaba, preservarlos para que sigan brillantes, no importa de qué forma, simplemente conservarlos. Y los demás no se darán cuenta de una mierda. No les importa tu puto cuadro, sólo el suyo, ¿sabes? Eso es lo peor de todo. Y a los pocos que les importe un mínimo no puedes dejarles que vean que eres un desastre. Por eso hay que conservar los colores, por ellos. No puedes permitir que desatiendan sus lienzos por el tuyo. No sería justo, además, ¿aceptarías su ayuda para que luego vuelvan a dejarte tirada? Sería de locos arriesgarse. 
-Es una bonita metáfora. Sinceramente espero que no estés ni borracha ni colocada para haberme contado esto. 
-Tu confianza en mi parece inquebrantable, ¿eh?
-Hablo en serio. Mírate. Estás completamente perdida. Cada vez vas a peor y yo sé bien que es por él. Yo también lo he pasado mal ¿sabes? Y todo se supera. 
-Esto no. 
-¿Cómo lo sabes?
-Lo sé y basta. Ninguno sabéis lo que siento, pero yo sí. 
-Aclárame de una puta vez lo que sientes por él.
-¿Quieres que te sea franca? Lo siento todo por él. A su lado aprendía, me sentía viva, me levantaba por una buena razón. Y ahora que no está no hago más que buscar una cara que se le parezca por todas partes, y cada día es más frustrante porque me voy dando cuenta poco a poco que no la hay. Y aunque la encuentre, el interior no será el mismo. Le echo tanto de menos que hasta me quema. Y lo peor de todo es que no sé si salir a buscarle o olvidarle. Si voy por él, me da miedo que haya cambiado y de repente no me guste lo que encuentre. Y si decido olvidarle y seguir adelante, me da miedo el hecho de perder a una persona tan especial. 
-Entonces la decisión depende de ti. Y recuerda que, decidas lo que decidas, eso condicionará tu futuro. 
-Lo sé, y eso es lo que más miedo me da de todo esto. Pensar que, de una forma u otra, dependo de él. 
-Una última pregunta.
-Dime
-En tu cuadro... ¿cuál es el color que predomina? 
-¿A qué viene eso ahora?
-Contesta.
-Marrón. Como sus ojos. Y como los míos.