lunes, 9 de julio de 2012

Blue and brown.

"La vida no es una canción, querida. Algún día lo descubrirás, y será doloroso"
                                                                                                           -Game of Thrones.

Hay ocasiones en las que las personas defendemos una opinión con todas nuestras fuerzas, con testarudez, con determinación. Hay veces que tenemos una cosa tan clara que ni siquiera se nos pasa por la cabeza pensar y/o actuar de una manera diferente. 
Pero, ¿y si, de repente, una situación cualquiera le da completamente la vuelta a esos ideales que teníamos? ¿Y si, por aquello que llaman destino, o simplemente por una estúpida casualidad para los más escépticos, aparece algo o alguien que nos hace ver que estábamos equivocados? 
Juré mil y una veces, tal vez incluso más, que no volvería a caer en ese sueño intangible y voluble al que llaman amor. Me convencí de que no necesitaba otro cariño que el de mis amigos y el de mi familia. Me lo repetí tantas veces y de tal manera que casi acabé por creérmelo. Durante un tiempo funcionó. Un cambio de ciudad también tuvo la culpa de que la sombra que llevaba persiguiéndome durante dos años se disipara, al menos un poco. Ojos que no ven, corazón que no siente, aunque en realidad, su imagen estaba tan grabada a fuego en mi memoria que tal vez este refrán no sea del todo válido. La cuestión es que durante un tiempo conseguí engañarme y, feliz, pensar que ya lo había olvidado. 
Como si fuera tan sencillo. 
Seguí con mi vida, día tras día, medianamente feliz aunque sin ningún motivo especial por el que levantarme por las mañanas. Atrás quedaron aquellos lunes en los que me despertaba con las ganas de viernes sólo para poder ver a esa persona que en esos momentos era sólo un recuerdo más en el baúl. 
Y los lunes siguieron pasando, uno tras otro, aunque fue un miércoles el día en que, tonta de mí, descubrí que no tenía por qué seguir viviendo a base de concentrados de fantasmas. Dejé de un lado los recuerdos para centrarme en algo aún menos palpable: las ilusiones presentes. Y sí, encontré un motivo por el cual vestirme y salir por la puerta cada mañana, pero, las semanas volaron y llegó el verano, que me arrebató la ilusión más rápido que el viento que se lleva una hoja. 
Y una vez más, subsisto a base de recuerdos. Recuerdos que nunca volveré a disfrutar, a no ser que otra vez el destino, o esa jodida casualidad que me hizo, primero matricularme en aquella escuela de música, y después escoger ese tren aquel miércoles, se divierta conmigo de nuevo y me plante otra falsa esperanza en mi camino. 
Para arrebatármela cuando crea que tuve suficiente. Porque hay personas que no están hechas para tener una vida sencilla. Y, como desgraciadamente, entro dentro de ese lote, ese muro que construí a mi alrededor, impermeabilizado para que todo resbale y cubierto de clavos para que nadie pueda escalarlo, permanecerá ahí, impenetrable. 
Porque, sinceramente, y por extraño que pueda parecer viniendo de una "niña" de diecisiete años, creo que ya he cubierto el cupo de problemas que tenía asignado para, al menos, diez años más.