sábado, 19 de mayo de 2012

I have to find just where you are

"Gravity like lunar landing,
makes me want to run 'till I find you"

Espera sentada en la estación a que llegue el tren. Faltan al menos diez minutos. La revista que está leyendo se le antoja aburrida, aún así, sigue leyendo, por tener algo con lo que entretenerse. Tiene puestos los cascos blancos y enormes de su hermano. No le gustan, pero los suyos se rompieron y con tal de poder escuchar música llevaría cualquier cosa.
Es un miércoles cualquiera, y se ha saltado las dos últimas horas de clase. No soporta estar ahí sentada haciendo como si le importara lo que el profesor dice. Aunque ese día sólo tiene una hora de estudio y un teatro, no le apetece mucho ir.
Ya sólo quedan cinco minutos para que llegue el tren. Hay un montón de gente esperando a su alrededor. Por encima del vocalista de Seether, escucha un sonido familiar. Un skate. Se pregunta quién narices se pondría a patinar en una estación de tren llena de viejas que lo más seguro es que te insulten si las molestas. Se gira, es un chaval de melena rizada y castaña, con la piel algo morena. La está mirando, pero ella no le hace mucho caso y vuelve a su revista. El chaval viene y va con el skate. Ella sube la música.
El skater desconocido se pone al lado suyo y la vuelve a mirar. El tren ya llegó. Se sube, y se sienta en el primer asiento que pilla. Dos señoras ocupan los otros asientos. Enfrente suyo, en diagonal, se sienta otra, poniendo todas sus cosas en el asiento de al lado. Entonces el skater vuelve a entrar en escena. Ella se fija algo más en el. Es guapo.
El chaval le pregunta a la señora si puede quitar las cosas para poder sentarse él. Raro, porque los dos asientos que están enfrente de la señora están libres. De todos modos consigue que la señora aparte sus cosas y se sienta. Vuelve a mirarla. A ella no le gusta que la miren, así que aparta la mirada, roja como un tomate. Sin embargo, nota un par de ojos encima suyo y levanta la vista. En efecto, está mirando.
No sólo eso, sonríe. A ella se le escapa una sonrisa, también. Entonces se da cuenta, y vuelve a ponerse seria con el libro que ha sacado. No ha venido a Oviedo a ligar, ni mucho menos. Es más, en verano regresará a casa con su padre, a Cantabria, y para un mes que queda no merece la pena molestarse en ese sentido.
Aunque no puede evitar volver a mirar al chaval que sigue con su jueguecito de sonrisas. La señora que está delante suyo se mueve hacia delante y lo tapa, pero él se mueve también, como buscando la sonrisa de ella. Y la obtiene. Nota que el corazón le va un poco más deprisa y que le sudan las manos. Está nerviosa. Para no mirarle directamente, se vuelve al reflejo que él proyecta en la ventana del tren, pero él la pilla y se ríe. Mejor dicho, "se ríen".
Así todo el trayecto, hasta que él se levanta de repente, coge su skate y se pone en la puerta. La mira, con cara de... ¿pena? Ella sí siente algo de pena. Se abren las puertas y él le dedica un saludo con la mano y una media sonrisa, pero más apagada que las demás. Sale, y el tren se vuelve a poner en marcha.
Mientras llega a su casa, ella piensa. ¿Qué acaba de pasar? Si mira enfrente, aún puede ver al chaval reírse, aunque hace dos paradas que se bajó. Sensaciones extrañas. Son las que más odia.
Al día siguiente, vuelve a coger el mismo tren y, en el fondo, desea volver a ver al chico del día anterior, aunque es muy poco probable. Y, en efecto, no aparece.
"Maldita idiota", piensa, "¿En qué narices pensabas? Da igual que quieras verle, esto no es una película y tú no eres Rachel McAdams. Olvídalo"
Viernes. Ha tenido una mañana de mierda, así que se salta las dos últimas clases, avisando a su madre antes. No tiene ninguna clase importante, no es una gran pérdida. Espera mientras relee la segunda parte de Los Juegos del Hambre. Tiene que comprarse el tercer libro cuanto antes. Faltan diez minutos y ya hay bastante gente. Levanta la vista hacia el otro lado del andén un segundo y... ahí estaba.
El skater del miércoles subía las escaleras, hacia el andén donde estaba ella. Llega el tren y se sienta enfrente, como el miércoles. Se miran de vez en cuando, aunque no hay sonrisas. Él saca una libreta y, mientras apunta algo, levanta la vista. Ella hace exactamente lo mismo, pero desde un juego del móvil. Están llegando a la parada en la que él se baja. El pulso de ella va cada vez más deprisa, porque está decidida a no dejarle marchar como la otra vez.
Se abren las puertas y, cuando el chaval baja, ella se levanta, como impulsada por alguna fuerza extraña y corre hacia la puerta.
-¡Espera! -le grita desde la puerta. Se puede cerrar en cualquier momento.
Él se da por aludido, y, sonriendo, se gira y se acerca.
-¿Qué? -pregunta con esa sonrisa. No se había fijado en ella demasiado, pero más de cerca le da un aspecto de niño pequeño.
-¿Cómo te llamas? -pregunta ella. No sabe cómo le salen las palabras, sólo que tiene el tiempo justo.
-Pelayo, ¿y tú? -sigue sonriendo.
"Deja de sonreír de esa forma, maldito idiota", piensa ella, pero dice:
-Erika.
De repente se cierra la puerta. Su sonrisa no se ha borrado aún y hace un gesto con la mano que significa "más tarde". Ella lo interpreta como "ya nos veremos". Aún no se cree lo que acaba de hacer, aunque tampoco se arrepiente.
No sabe que le dirá cuando le vuelva a ver. Pero está segura de que lo hará.
El tren se vuelve a poner en marcha y ella se sienta. Sonriendo, claro.

jueves, 3 de mayo de 2012

Frozen

"¿De cuántas maneras se puede destrozar un corazón y esperar de él que continúe latiendo?"


Una caja de música antigua. Pequeña, adornada con miles de colores, antaño resplandecientes,  y una manivela medio oxidada. Olvidada entre otros trastos inservibles en algún desván. Es realmente bonita, pero el polvo que la cubre le resta parte de esa belleza, y así, pasa desapercibida entre las antigüedades que la rodean. 
La caja contiene una pequeña y frágil bailarina, vestida con un hermoso traje de color dorado, aunque ahora está descolorido y algo roto. Inmóvil y sonriente, la bailarina aguarda, congelada con esa expresión eternamente bella. Cualquiera diría que es feliz. 
Sin embargo, sus sentimientos distan bastante de lo que entendemos por felicidad. Lleva demasiado tiempo encerrada, y su mente, antes ociosa, no hace otra cosa que recrear tiempos felices las veinticuatro horas del día que, lentamente, se convierten en semanas que se tornan, a su vez, en meses. Incluso puede que sean ya años. Harto largo para quien vive en soledad. Esos recuerdos de tiempos felices la distraen un poco, aunque no es capaz de rememorar ni la mitad de la felicidad que solía sentir.
Ahora, rota, yace en el fondo de la caja, a la espera de que alguien la abra, a que alguien le devuelva un trozo de lo que antes era su vida. Sueña con ese día, pero cada vez se frustra más. Poco a poco pierde la fe, y tampoco tiene claro si, el día que alguien ilumine la oscuridad en la que se encuentra, será capaz de apreciar el calor de la luz. 
Abrazada a sí misma, se encoge, asustada ante ese nuevo temor... ¿Y si, el día que, por fin, la caja se abra y empiece la música, su cuerpo no responde? ¿Y si ha pasado tanto tiempo en el mismo estado de soledad y abandono que ya no es capaz de recordar cómo se siente? ¿Y si ya no puede arrancar la admiración de aquellos que se quedaban a observar su eterno baile? 
Preguntas que no hacen más que avivar el temor. De repente, ya no anhela la libertad. 
Ya no quiere sentir la brisa al dar vueltas sobre sus pies. Ya no quiere notar la luz sobre su piel. Ya no quiere que el sol provoque en su corona de brillantes miles de destellos dorados. 
Al fin y al cabo, lo más seguro sea que la pesadilla se repita y, cuando se cansen de su hermosa danza, y de su canción, la devuelvan a la caja oscura. 
No quiere volver a pasar por ahí, y, aunque cada día suspira por algo de atención, prefiere no ilusionarse que hacerlo y caer de nuevo. Permanecerá inmóvil, intentando recordar aquellas bellas sensaciones que solían construir su día a día, recuerdos que cada minuto se hacen más vagos, hasta que, un día, desaparezcan por completo. Dejándola sola. Pero ella ya lo ha aceptado. Siempre será mejor vivir así que volver a ser herida. 

miércoles, 2 de mayo de 2012

Ironman

"You can take everything I have, you can break everything I am 
Like I'm made of glass, like I'm made of paper. 
Go on and try to tear me down, I will be rising from the ground 
Like a skyscraper..." 


El otro día me preguntaron si me conocía bien. No me sorprendió mucho no conocer la respuesta, sé de sobra que no estoy segura de si me conozco bien o no. Tengo un par de cosas claras sobre mí misma, pero también sé que muchas de las veces que pienso que voy a actuar de una manera, acabo haciendo una cosa completamente diferente. 
No es que sea muy fan de esta manera ("mi manera") de actuar, aunque no voy a negar que algunas de las veces que me sorprendo actuando de algún modo que nunca pensé que actuaría son las veces que le dan algo de acción a la vida. Pienso que si supiera siempre por dónde voy a salir o entrar, sería todo demasiado monótono y aburrido. 
La pregunta me hizo plantearme cuántas cosas sé sobre mí. Se me ocurrió escribirlo, para no variar. 
Soy una persona llena de defectos, manías, una cantidad considerable de sensiblería que siempre estoy intentando ocultar, alguna que otra virtud y (según lo que he oído) algo de talento para ciertas cosas. 
Para empezar bien el día necesito un zumo de naranja, suelo tener "crisis de armario" todas las dichosas mañanas, nunca me olvido del móvil al salir de casa, y la mayor parte del día me la paso en mi mundo particular, sobre todo cuando me pongo los cascos (que suele ser el 75% del día). 
No tengo un estilo muy definido al vestir. Un día puedo aparecer con sudadera y Vans y al otro con un vestido de flores y unas cuñas. No concibo salir un sábado sin tacones, aunque odio llevarlos entre semana. Tampoco me gusta recogerme el pelo, y, aunque me lo han propuesto varias veces, no me molaría llevar lentillas. Soy feliz con mis RayBan de pasta. 
No soy hija única, y, aunque muchas veces mis padres pensaron que tenía envidia de mis hermanas pequeñas, no es ni de lejos la verdad. No soy una persona envidiosa. Creo que cada persona tiene sus buenas cualidades, y por mucho que desees tocar la guitarra como Jimi Hendrix, si no tienes talento tendrás que conformarte con lo que tienes. 
Y, hablando de música, ese es un terreno en el que varios se meten para criticarme un rato. Y es una de las cosas que más odio. ¿Quién de ellos se cree alguien para decirme que no puedo tener Nirvana y Foster the People en una misma lista de reproducción? 
Puedo tener los grupos y cantantes que quiera, sean lo dispares que sean, como si me apetece cantar a grito pelado las canciones de Miley Cyrus y luego relajarme con 3 Doors Down. No creo que le haga mal a nadie, ¿o sí? 
Algunas de las personas que he conocido últimamente me creen una persona reservada, poco cariñosa y con algo de mal carácter. Excepto la última afirmación, lo demás se aleja bastante de la realidad. 
Soy una de las personas mas mimosas, cariñosas y que más necesitan de los demás para ser felices del mundo. También soy bastante abierta, cuando conozco a alguien no suelo fijarme en si será o no buena persona, me limito a darle un voto de confianza y ya está. 
Aunque esos dos aspectos de mi carácter son tan buenos como traicioneros. Poco a poco una se va dando cuenta de que no se puede ir por la vida encerrada en el mundo de la piruleta, y los continuos golpes me han hecho entender que lo mejor es encerrarse dentro de una armadura, y ser como eres en realidad con las personas que de verdad están ahí y valen la pena. Esto puede que luego se vuelva contra mí, como todo, impidiéndome conocer personas increíbles, sobre todo cuando tienes claro que no quieres estar toda tu vida solo, pero dicen que más vale malo conocido que bueno por conocer. 

Aunque parezca que a mis 16 años he tenido una vida de adolescente normal y corriente no es del todo cierto. Tampoco voy a rememorar los momentos difíciles de mi vida, pero sí afirmar que, si me dieran la oportunidad de empezar de cero con una vida normal, la rechazaría al instante. Ya he dicho antes que mi forma de ser no me apasiona debido a algunos aspectos, pero es a lo que he llegado después de superar obstáculos. Y creo que, si recuerdo la magnitud de esos obstáculos y me miro al espejo, creo que no lo he hecho tan mal, y no me arrepiento ni de mis errores ni de mis caídas. Supongo que voy a seguir actuando de esta manera imprevisible hasta que ocurra algo que me convenza de que hay otra camino mejor, aunque no estoy muy segura de que eso ocurra. 
Sé que aún me quedan demasiadas cosas por vivir, y que, aunque no conozca del todo a la persona que soy, que es con la que voy a tener que lidiar el resto de mi vida, sé que es una persona fuerte, y que, aunque haya cosas que se le escapan de las manos, podrá volver a poner las cosas en su sitio. Como siempre. Para eso es IronMan.