jueves, 3 de mayo de 2012

Frozen

"¿De cuántas maneras se puede destrozar un corazón y esperar de él que continúe latiendo?"


Una caja de música antigua. Pequeña, adornada con miles de colores, antaño resplandecientes,  y una manivela medio oxidada. Olvidada entre otros trastos inservibles en algún desván. Es realmente bonita, pero el polvo que la cubre le resta parte de esa belleza, y así, pasa desapercibida entre las antigüedades que la rodean. 
La caja contiene una pequeña y frágil bailarina, vestida con un hermoso traje de color dorado, aunque ahora está descolorido y algo roto. Inmóvil y sonriente, la bailarina aguarda, congelada con esa expresión eternamente bella. Cualquiera diría que es feliz. 
Sin embargo, sus sentimientos distan bastante de lo que entendemos por felicidad. Lleva demasiado tiempo encerrada, y su mente, antes ociosa, no hace otra cosa que recrear tiempos felices las veinticuatro horas del día que, lentamente, se convierten en semanas que se tornan, a su vez, en meses. Incluso puede que sean ya años. Harto largo para quien vive en soledad. Esos recuerdos de tiempos felices la distraen un poco, aunque no es capaz de rememorar ni la mitad de la felicidad que solía sentir.
Ahora, rota, yace en el fondo de la caja, a la espera de que alguien la abra, a que alguien le devuelva un trozo de lo que antes era su vida. Sueña con ese día, pero cada vez se frustra más. Poco a poco pierde la fe, y tampoco tiene claro si, el día que alguien ilumine la oscuridad en la que se encuentra, será capaz de apreciar el calor de la luz. 
Abrazada a sí misma, se encoge, asustada ante ese nuevo temor... ¿Y si, el día que, por fin, la caja se abra y empiece la música, su cuerpo no responde? ¿Y si ha pasado tanto tiempo en el mismo estado de soledad y abandono que ya no es capaz de recordar cómo se siente? ¿Y si ya no puede arrancar la admiración de aquellos que se quedaban a observar su eterno baile? 
Preguntas que no hacen más que avivar el temor. De repente, ya no anhela la libertad. 
Ya no quiere sentir la brisa al dar vueltas sobre sus pies. Ya no quiere notar la luz sobre su piel. Ya no quiere que el sol provoque en su corona de brillantes miles de destellos dorados. 
Al fin y al cabo, lo más seguro sea que la pesadilla se repita y, cuando se cansen de su hermosa danza, y de su canción, la devuelvan a la caja oscura. 
No quiere volver a pasar por ahí, y, aunque cada día suspira por algo de atención, prefiere no ilusionarse que hacerlo y caer de nuevo. Permanecerá inmóvil, intentando recordar aquellas bellas sensaciones que solían construir su día a día, recuerdos que cada minuto se hacen más vagos, hasta que, un día, desaparezcan por completo. Dejándola sola. Pero ella ya lo ha aceptado. Siempre será mejor vivir así que volver a ser herida. 

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